miércoles, 15 de octubre de 2014

EL LIDERAZGO TRANSFORMADOR (I): “UNA ORGANIZACIÓN SÓLO SE TRANSFORMA CUANDO SE TRANSFORMAN LAS PERSONAS”

En  anteriores artículos hablaba sobre cómo motivar a las personas para que asuman retos y se empleen a fondo en sus puestos de trabajo, haciendo hincapié en la importancia de aspectos como escuchar, conocer, comunicar, dar sentido, apasionar, empoderar. Un buen amigo, tras leer los artículos, subrayaba las dificultades que conlleva este estilo de liderazgo: personas que no cooperan y no pueden ser eliminadas, falta de tiempo, organizaciones industriales comprimidas en sus estructuras,... Reflexionar sobre su comentario me ha dado pie a escribir este post.

El liderazgo motivador implica cambiar, transformar. A menudo no sólo nuestra forma de actuar, sino también la cultura y estructura empresariales, que a veces, como comenta mi amigo, no están preparadas para ello. Sin embargo, la historia pasada y reciente nos demuestran que se puede cambiar a mejor. En nuestro entorno cercano hay múltiples ejemplos de empresas que estando en una mala situación han conseguido darle la vuelta a través del liderazgo transformador (un ejemplo muy mediático es el del caso Irizar y Koldo Saratxaga, pero hay otros igual de significativos). Si han podido ellos ¿Por qué no nosotros?

Aunque, sinceramente, no creo que  exista la panacea, aquí van algunas ideas que pueden ayudar:

1.- Creérselo
Está claro que la percepción que tengamos sobre la necesidad de cambio, va a condicionar nuestra forma de actuar. Si no contemplamos el cambio como una oportunidad, difícilmente vamos a poder impulsarlo en nuestra organización. Parece una obviedad, por lo manido, pero una vez más el deporte nos proporciona grandes ejemplos de esto. “Si crees que puedes, podrás”. Cualquier líder que vaya a implicarse en un proceso transformador  tiene que empezar por creérselo.

2.- Plantearse objetivos. Planificar. Qué, Cómo, Cuándo. Definir tareas con su horizonte temporal. Pensar que el plan se hace para llevarte hasta donde quieres llegar. Establecer una cronología de manera que para conseguir los objetivos de mañana ya hay cosas concretas que tienes que hacer desde hoy

3.- Identificar los factores que van a impedir o dificultar el cambio
No es fácil promover el cambio cuando hay fuertes inercias que lo obstaculizan. Estas inercias están presentes, en mayor o menor medida, en todas las organizaciones. Y el primer paso para vencerlas es identificarlas. Algunas son evidentes, otras, no tanto. Ahí van algunos ejemplos:

-       Falta de motivación para cambiar, por no verse claramente la necesidad o posibilidad de mejora, o por miedo a lo desconocido. Al inicio, es el líder el que da el impulso para que las cosas sucedan, así que, como se ha comentado, por lo menos se lo tiene que creer él. Pero a partir de ahí, si se quiere tener éxito, debe convencer a sus colaboradores inmediatos, ganárselos para la causa, y que salgan de su área de confort para que nuestro plan se vaya desplegando. Y para eso no hay recetas. Desde luego el entusiasmo, la pasión, la honestidad, el rigor, ayudan mucho a convencer.
-       Otras prioridades. Falta de tiempo. Las jornadas de los directivos de nuestras empresas suelen ser maratones llenas de compromisos. Máxime en PYMEs, en las que el jefe acaba haciendo de todo. Pero, pensándolo detenidamente, ¿hay algo más rentable que motivar a tus empleados? Existe una máxima que dice que para satisfacer a los clientes primero hay que satisfacer a los trabajadores. Probablemente, a medio plazo,  no haya nada que impacte más en la cuenta de resultados.
Por otra parte, se puede enseñar a las personas sobre casi todo lo que se está haciendo—mientras se hace, con una pequeña inversión de tiempo.  Compartir tus ideas sobre lo que haces y por qué lo haces puede ser una experiencia de aprendizaje valiosa para tus colaboradores. Significa coherencia y credibilidad. Y también, es cierto, invertir en pequeños espacios de tiempo.
-       Miedo a perder poder o status por parte de los directivos. Por supuesto, el liderazgo transformador implica trabajar para modificar esta idea. Se necesita flexibilidad mental, escuchar mucho (a veces lo que no está en la superficie) y cuestionar algunas creencias.
-       Existencia de empleados “tóxicos”, que sabotean el cambio. Este punto lo dejamos para el final.

4.- Identificar y preparar a los líderes o a los encargados de promover el cambio. Esto no supone, necesariamente, hacer un curso sobre liderazgo (aunque si es un buen curso, puede aportar). Significa predicar de forma constante y sólida con el ejemplo. Y comunicar mucho y bien. Empezar por identificar a aquellos colaboradores que sabes que te van a ayudar a desplegar tu plan y aliarlos para la causa. Poner a las personas adecuadas en los puestos adecuados, es todavía más importante que desarrollar un plan. Como decía Woodrow Wilson  “Yo no sólo utilizo todo el cerebro que tengo, sino el que puedo conseguir prestado”.

5.- Dar los primeros pasos. Hacer el despliegue. Construir que el resto del equipo se comprometa con el logro de los objetivos. Para ello lo primero es asegurarse de que toda persona cuenta, y que todos sepan que cuentan. Seguir recordando (y nunca dejar de hacerlo) que la comunicación, y cómo se hace,  influye directamente en las personas. Y que es imposible no comunicar (el silencio también es una comunicación y desde luego tiene su efecto, a veces deseado, a menudo muy destructivo). A partir de ahí, implementar las acciones planificadas y hacer un seguimiento. Una vez que se ha empezado, no cejar en el empeño.

7.- Tomar decisiones difíciles. Los trabajadores tóxicos.
Se entiende por trabajadores tóxicos a distintas tipologías de personas, pero con un nexo común: generan energía negativa allá por donde pasan y perjudican a la organización. Están los que actúan con total dejadez y falta de implicación, los que faltan a sus obligaciones laborales, los que generan mal ambiente, los que protestan –de forma destructiva- contra todo y contra todos, los que boicotean…A estos trabajadores hay que localizarlos y reconducirlos y hay estrategias para ello. Pero también debo decir que, en mi opinión, cuando se ha intentado todo y se ha dado la oportunidad de cambiar y no se ha conseguido, es mejor asumir el trauma de un despido improcedente, por caro que sea, que permitir que alguien siga enrareciendo el ambiente y haciendo mal a la organización. En el próximo post profundizaremos en este asunto tan fangoso.



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