Tras el parón navideño, retomamos la actividad bloguera con la segunda parte del post respecto al Coaching y lo que puede aportar a las
empresas.
Decíamos en éste que algunas de las enseñanzas del Coaching
pueden ser aprovechadas por cualquier líder para potenciar y transformar los comportamientos
de sus colaboradores y promover que estén alineados con los de la organización.
En esta segunda parte, vamos a utilizar el deporte y, más
concretamente, la carrera de la maratón, como ejemplo del papel de las
creencias y emociones en él éxito o el fracaso de una actividad.
Donosti, domingo, 30 de noviembre de 2014. Ha llegado el gran
día. Me planto en la salida con muchos
nervios y también con muchas ganas de presentarle mis respetos a Filipides. Mi
estado de forma es bueno y a pesar de la elevada humedad parece que el día nos
acompaña. Espero botando en mi cajón a que den la salida. Pienso que tenemos 42 km por delante y me entran
ganas de escapar de allí….¡¡¡¡QUÉ NERVIOS!!!!
Y de repente, ¡PUM! Se da la salida y empezamos a correr. Me
pongo más o menos a mi ritmo e intento relajarme. Como vais a comprobar, el
dialogo interno en una maratón es incesante. “Cuánta humedad”, “estoy sudando
mucho”, “lo voy a pasar mal”,... Lo curioso es que es pensar estas cosas y automáticamente
experimento una sensación como de ahogo.
Avanzan los Km, pasamos por el 10 en tiempo pero mis sensaciones no son nada buenas. No lo entiendo. El ritmo es el que he
entrenado hasta la saciedad, un ritmo al que a estas alturas todavía debería ir
comodísimo. Y sin embargo, lo que pienso en este momento es que no voy a poder mantenerlo.
“No puedo, así no acabo”, “me voy a parar” y lindezas por el estilo invaden mi
mente. Me siento sin energía y las piernas están muy muy pesadas. Pasamos por
Anoeta (mitad de la prueba) y se retira el amigo que ha venido a acompañarme.
Ha hecho un gran trabajo, ya que el tiempo de paso es el previsto y me ha
llevado como un reloj. Pero yo no voy. Mis sensaciones son horrorosas y estoy seguro de que no voy a
acabar. No quiero, no me apetece seguir corriendo. Me parece imposible hacer
otros 21 Km ,
a ese ritmo ni a ninguno. Anhelo retirarme. Me digo “si me retiro ahora el
destrozo físico no es muy grande y puedo intentarlo en otro sitio dentro de
poco”. “Total, me va a salir un churro de carrera”. Estoy en un tris de pararme
y quitarme el dorsal. Entonces me acuerdo de que en la siguiente vuelta estarán
mi mujer y los críos esperando para animarme. Han venido expresamente
desde Amorebieta para verme acabar y seguro que les habrá costado un montón
aparcar. ¡No puedo defraudarles! Me pongo en modo automático y empiezo a pensar
en objetivos más pequeños. “Tengo que aguantar hasta el 25” , “tengo que aguantar hasta
el 30” , y
así. Sigo corriendo y más o menos en el Km 28, me empiezo a encontrar mejor. Soy consciente de que ni de
lejos voy a hacer la marca que pensaba, pero
por lo menos me veo en condiciones de pegarle un buen bocado a mi marca
personal. Voy pasando cadáveres y empiezo a sentir cierta euforia. Esto es tan
peligroso como mi estado anterior. Sé por experiencia que si me dejó llevar, lo
pagaré muy duramente al final. Pensamiento del momento “Hay que tranquilizarse
y regular, que queda un mundo”. En el km 35 me tomo un gel y no me sienta muy
bien. “Tengo ganas de devolver”, “no por favor, ahora no”. Me hago mentalmente un
repaso, con mucho esfuerzo eso sí, que el riego está en la parte de abajo. Las
piernas empiezan a pesar muchísimo. Siento el estómago revuelto y un vació
muscular impresionante. Sudo a mares. Pero todavía soy capaz de pensar en
positivo . Me grito más que me hablo a mi mismo. “VAMOS, AÚN ESTÁS VIVO” “VENGA
COÑO VENGA, OTRO KM MÁS”, “EN NADA VAS A VER A SUSANA Y LOS CRÍOS” y cosas así.
Y sufriendo, sufriendo, aparece Anoeta. Se me ha hecho
eterno el Km anterior y me queda otro más. De repente, me da un subidón
impresionante: entre la multitud que nos anima, veo a mis hijos que me
aplauden, les choco las manos, me emociono. Pienso que mi aspecto tiene que ser
de dar pena, pobrecillos. Entro en el estadio y miro el crono. Hago cálculos, si
corro 300m en 1´, mejoro mi marca y encima cambio de minuto (hay que ver las
cosas que te pueden llegar a preocupar en estos casos). “Corre, corre, CORREEEEEEEEE”.
YA ESTÁ. Cuando paso por el arco de meta, me acuerdo de Filípides. “Camarada,
puedes estar tranquilo. La ciudad sigue estando a salvo. Volveremos a encontrarnos”.
Analizado pormenorizadamente los cambios de pensamientos
durante mi aventura maratoniana, se me hace evidente lo mucho que me han
determinado. Cuando estos son negativos, las sensaciones corriendo son pésimas
y me ha faltado poquísimo para retirarme. Lo que me hubiera perdido. En cambio,
cuando consigo pensar en positivo, las sensaciones mejoran y el objetivo se convierte
en alcanzable. Es un proceso psicológico muy simple, pero todavía poco entendido
y poquísimo explotado. Al menos en el mundo empresarial
El Coaching, al enseñarnos que nuestra percepción de la realidad
no es la realidad, sino una interpretación de la misma y que a la base de las
emociones están juicios de valor y pensamientos que las desencadenan, nos está
dando la clave para mejorar en nuestras empresas, sea cual sea nuestros
problemas u objetivos. Los líderes comprometidos con la excelencia viven el
error como una oportunidad de aprendizaje, no como un fracaso. Buscan
alternativas, aceptan otros puntos de vista, admiten las críticas y las
sugerencias, porque no se sienten amenazados y cualquier aportación es una
oportunidad para seguir aprendiendo y avanzar hacia el objetivo.
Un análisis de nuestras
creencias claves y de las de nuestros colaboradores nos permite conectar con
aquello que queremos realmente, lo que nos gusta y nos hace trascender.
Entonces las posibilidades de conseguir resultados aumentan considerablemente.
Pero, ¿cómo pueden identificarse en un contexto empresarial esas creencias?, ¿se pueden manejar? ¿Recursos Humanos tiene algo que decir? ¿Y algo que hacer? Y los jefes en que medida trabajan con esas creencias? ¿Cómo y en qué medida condicionan el trabajo las creencias de los propios jefes?
En una tercera y última
parte trataremos de dar respuesta a todos estos interrogantes